17.3.13

Preguntas

Durante la charla de Iris Rivera, "Decir y escuchar decir" en el marco del encuentro anual de libros y maestros organizado por Random House Mondadori, el 15 y 16 de marzo de 2013, alguien entre los presentes preguntó acerca de las pruebas escritas relacionadas con la compresión lectora y se abrió un debate relacionado con las preguntas. Algunos las plantearon como condicionamiento al disfrute de la lectura, otros las defendían cómo la única manera de evaluar un ítem del programa de estudios. “Quizás para evaluar la comprensión lectora deban utilizarse textos informativos no literarios”, dijo Iris.

Aprovecho el espacio de mi blog, mi habitación virtual, para pensar en voz alta, para poner en palabras todas las cosas que se me pasaban por la cabeza en ese momento y exponer un registro de las resonancias que me provocan las palabras de otros, poniendo mi mirada frente al espejo para verla mejor:

Preguntarse es dudar y con la duda reflexionar. Nos permite desestructurar dogmas, creencias. Es una apertura que da cabida a las dudas de los otros. Es una señal para la creatividad.
Pero hay preguntas y preguntas…
Hay preguntas que disfrazan de duda una respuesta rígida, única. Una suerte de adivinanza con una única solución. Más que preguntas son un interrogatorio, donde no importa qué le queda picando al interrogado sino que quieren confirmar una sentencia dictada previamente. Ahí están los cuestionarios, los múltiple choice, las evaluaciones, las preguntas cerradas.
Alguien levantó la mano y dijo: “yo creo que nadie nace sabiendo leer, que la escuela no tiene solamente la función de acompañar. A leer también se enseña” (obviamente no se refería a descifrar signos en una página).
Y enseguida me vinieron a la memoria las últimas lecturas de Umberto Eco, “Lector in fabula”, “Sobre la literatura”, “Seis paseos por los bosques narrativos”. Sus ideas sobre la cooperación textual, “en virtud de la cual el destinatario extrae del texto lo que el texto no dice, llena espacios vacíos, conecta lo que aparece en el texto con el tejido de la intertextualidad, de donde ese texto ha surgido y dónde habrá de volcarse […] movimientos cooperativos que, como más tarde ha mostrado Barthes, producen no solo el placer, sino también, en casos privilegiados, el goce del texto.”
Una docente de entre los presentes, saltó con una pregunta retórica, de esas que justamente se estaban cuestionando y dijo: “¿A leer se enseña?” (echando mano a las teorías -hoy políticamente correctas-donde se destaca el placer de la lectura como acto íntimo, donde el debate sobre lo leído se concibe casi como una violación de esa intimidad entre libro y lector).
Y me pregunté, ¿yo me preguntaría las mismas cosas si no hubiera leído a Eco?, ¿sus ideas fueron bajadas de línea o un nuevo par de anteojos que permiten hacer más nítidas mis imágenes borrosas?
Entonces tuve la necesidad de apoyar aquel primer comentario que originó la controversia, quise participar de la charla y después de contar que no soy docente pero sí lectora y que a mí me enriquece dialogar acerca de un texto y que alguien me pregunte porqué llegué a tal o cual conclusión, cuáles fueron los indicios del texto que me llevaron por tal o cual camino, terminé diciendo que preguntar no es fácil. Que a mí me cuesta.
Ante lo cual se hizo un silencio que yo sentí como lástima o compasión y que me obligó a aclarar que por supuesto si me lo proponía podía hacer preguntas básicas.
No sé si se entendió, pero quise decir que podía poner entre signos de interrogación una serie de palabras cuya respuesta o bien conocía de antemano o bien sabía que podían ser efectivas como muestra de curiosidad. Pero no creo que eso sirva de nada.
En una charla anterior una docente había comentado que ante la presencia de un autor en la escuela, los chicos preparan con anterioridad una serie de preguntas para formularle al escritor. Y que ocurren dos fenómenos, el primero es que se hacen siempre las mismas preguntas como “¿de donde sacás las ideas?” "¿adónde escribís?", y segundo que durante el encuentro repiten lo que preguntó otro compañero como si no hubieran escuchado la respuesta.
A eso me refería, puede ser que el entusiasmo ante la presencia de un autor o ante la exposición que significa hablar ante otros, nos ponga nerviosos. Pero también puede deberse a que no importa la respuesta, sea cual sea, porque no parte de una pregunta significativa para quien la emite sino a una actuación de curiosidad para cumplir con lo que se espera de uno.
Mis preguntas serían, ¿cómo generar estrategias que promuevan la curiosidad?, ¿cómo enseñar a verse entre los agujeros de un texto? ¿cómo enseñar el camino para convertirse en uno de esos ‘privilegiados’ que no sólo leen por placer sino que gozan del desafío que implica caminar por los recovecos del texto y descubrir nuevos lugares? ¿cómo enseñar a leer sin moldear al lector? ¿cómo enseñar a formularse preguntas sin el apuro de encontrar respuestas?

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