Mi inmigrante

–Chea neanna, ¿querés una cirolo?
Media lengua entre el ruso que llegó en un enorme barco junto a otros huídos de la guerra, el pampeano que aprendió a trabajar en un idioma tan diferente del propio y el porteño que luego de muchas jornadas colgado del 148 en hora pico, consiguió armar su carpintería en Florencio Varela.
Atrás habías dejado la nieve, los perros, los trineos y también, mucho más cerca en el puerto, tu sombrero de piel que te protegía del frío, para enfrentar muy temprano este otro frío, el de las costumbres distintas, el de la risa burlona ante tu acento. Acento trinchera, resistencia, historia atesorada en las mismas letras que usaban los otros pero que dichas por vos sonaban a panes cambiados por cadenas de oro, a platos que había que dejar limpios sin tirar nada de lo que la fortuna de la paz brindara, a la felicidad del trabajo, al amor por la familia.
Jacobo para todos, "Iancl" para mi abuela, Zeide para sus nietas...
Me acuerdo de tus frondosos asados, de tus ronquidos, del juego de damas, de tu perfume a pinotea, de tus manos toscas, de tus uñas fuertes, de la camisa gruesa de aserrín, de tus pequeños ojos transparentes, de tu enorme nariz, de la bicicleta, de las mañanas de feria. Atesoro en mi corazón, tus palabras raras, el espíritu juguetón, tu generosidad, las tardes de invierno frente al calentador del kiosko, el veo veo, las trampas con las cartas y los números en ruso del 1 al 10.
Pero lo que más resuena en mi alma es tu entereza camuflada de timidez y despreocupación. Tu declaración diaria de subestimación de tonterías porque la vida te había enseñado que si se puede con el hambre, la guerra, la pobreza y el destierro, no hay “plublemas” que puedan opacar la alegría de estar vivos.
(Foto: en sepia, el zeide 191?, la de color es de 1969 viniendo a mi encuentro en Florencio Varela)